En Colombia hay lugares sin seguridad
alimentaria. Lo que antes comían algunas poblaciones se está acabando como
consecuencia del cambio climático o ya no es fácil acceder a esos productos
debido a factores asociados a la violencia, abandono del territorio o pobreza.
En muchos lugares hay desnutrición. Poblaciones enteras resultan afectadas,
pero los niños llevan la peor parte.
Hambre en Chocó
Antes del desplazamiento por
la violencia en el Chocó, sus habitantes, afros e indígenas tenían la comida al
alcance de la mano; hoy es muy cara y el que no tiene dinero, sencillamente
muere de desnutrición.
Patricia Valencia revuelve un
chicha amarilla, de maíz, que se cuece en un caldero puesto sobre un fogón de
leña. A su alrededor, mujeres y niños dejan ir el ojo sobre la comida caliente
que será embotellada y vendida en el mercado de Quibdó. Ellos almorzarán
plátano cocido con jugo de ‘mil pesos’, que sacan de los frutos dátiles de las
palmas silvestres. ¡No hay más!
La escena se presenta en el
asentamiento Cabí, que hace parte del cordón de miseria de Quibdó, en el que
intentan sobrevivir las comunidades embera katío que hace 12 años huyeron de la
violencia y ahora son amenazadas diariamente por el hambre.
“Mi nombre es Patricia Valencia. Acá no tenemos agua, esa que no es limpia
es para cocinar y para bañarnos, por eso nos da rasquiña. Yo llegué aquí hace
12 años, mi piso es así. Los zancudos pican a la niña porque aquí es muy difícil. Yo no tengo plata para
hacer casa ni para la comida”, relata Patricia.
En Chocó, un departamento
con el 79 % de las necesidades básicas insatisfechas, los afros e indígenas que tuvieron que
abandonar sus territorios comparten una misma realidad: el dolor por haberlo
perdido todo y el vacío que se apodera del estómago cuando no hay plata en el
bolsillo.
Nevaldo Perea, miembro del Consejo
Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato, Cocomacia, no
vacila cuando dice: “Descubrí hace 18 años que necesitaba plata para vivir. En Puntas de
Ocaidó tenía comida en la huerta de mi parcela, solo necesitaba meterme al río
para sacar los peces o llevarme a los perros para cazar guaguas (guartinajas).
No faltaba la carne. En Quibdó
necesito $ 7.000 diarios para comprar una libra de carne de res, que solo
alcanza para una comida”.
La
desnutrición en Chocó golpea a los niños con rudeza. Según las cifras oficiales
del Ministerio de Salud, a 2013 (las más recientes consolidadas), en ese
departamento 35 de cada 100.000 niños mueren por
desnutrición aguda severa. La cifra está
incluso por encima de La Guajira, donde 32 de cada 100.000 fallecen por esa
causa.
Y al verlos, sus caritas famélicas entristecen. Algunos de ellos
gatean en una casa del centro, donde hasta hace poco operó la Fundación Amor y
Vida, contratada por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para
atender los cuatro centros de recuperación nutricional adonde van los menores
en estado desnutrición crónica.
La casa tiene
capacidad para atender a 15 niños. Por cada uno el Instituto pagaba 71.742 pesos. A partir de febrero las cosas cambiaron, el ICBF le revocó el contrato
y se lo otorgó a la Diócesis de Itsmina. Jilson Hinestroza Ibargüen dice que no
sabe por qué, el ICBF solo ha informado que está revisando la ejecución de la
contratación para hacer ajustes. Los bebés acostados sobre una colchoneta tirada en el piso,
llorosos y cansados, son la sinfonía del desamparo.
Para las madres de los pequeños, el lugar, aun cuando no está en
las mejores condiciones, es el único que mantiene a sus hijos en esa franja
débil entre la vida y la muerte. Allí por lo menos tienen comida para sus niños
y para ellas. Saben que cuando salgan, la escasez los
abrazará.
Chocó es una
contradicción. Es una tierra bendita por el agua y
las posibilidades de productividad, pero azotada por diversos actores armados que arrinconaron a los
nativos y los obligaron a hacinarse en centros poblacionales a los que les
falta de todo, lo principal, comida.
En el campo accedían con facilidad y a muy bajo costo al bacalao y al
caracol –que lo preparan con leche de coco–, y a una gran variedad de pescado y
frutos como el borojó y el chontaduro. Si ahora quieren comerlos, deben
comprarlos a precios elevados. Cuatro bocachicos medianos cuestan en la orilla
del río Atrato, 40.000 pesos.
Ante la
escasez y los altos niveles de pobreza, al Chocó han llegado diversas entidades
a solventar la crisis humanitaria que se ha vivido por años en el departamento,
pero los alimentos que llegan no son los de la dieta básica de los habitantes
de esta región ni los culturalmente aceptados. Aun cuando parezca extraño, las
comunidades afro y las indígenas no están enseñadas, por ejemplo, a comer
lentejas.
La
sostenibilidad alimentaria de los habitantes del Chocó, que está en riesgo de
manera permanente, intenta ser mitigada por otras acciones, como los
restaurantes escolares, que le otorgan al estudiante un complemento
alimenticio; pero la realidad para muchas comunidades en el Chocó es que se
convierten en la única posibilidad de que los niños al menos tengan una comida
segura al día. De 0 a 5 años los pequeños son llevados a los antes llamados
hogares comunitarios y allí son atendidos por mujeres que siguen haciendo la multiplicación
de los panes.
En los
colegios, los estudiantes deben recibir los beneficios del Programa de
Alimentación Escolar. Sin embargo, la realidad es que la corrupción y la
politiquería permearon la iniciativa perjudicando a los chicos, según los informes
de Procuraduría, Contraloría y Defensoría del Pueblo, que advirtieron sobre la
desfinaciación del programa de alimentación escolar y las irregularidades en su
prestación. En total, durante el año 2015 se
invirtieron 21.000 millones de pesos que ejecutaron cinco operadores en las
instituciones educativas públicas de los 29 municipios del departamento.
Durante el año 2015, el ICBF invirtió 28.000 millones de pesos en
el Chocó, a través de su programa de atención a la primera infancia, para niños
de 0 a 5 años. La fundación Chocó Social recibió el 5 % del valor total de esos
contratos, de los 52 operadores que fueron contratados en el departamento.
Mientras el Gobierno intenta corregir las fallas y ponerle
contención al manejo de los recursos para mitigar el impacto de la desnutrición
en el Chocó, algo difícil porque en 7 años el departamento ha tenido 10 gobernadores,
los pobres de la región pasan hambre y trabajo. El índice de desempleo es
el más alto del país: 14,6 %, el doble del promedio nacional establecido por el
Dane en noviembre del 2015, en 7,3 %. A los pobladores de las zonas rurales no les queda más
remedio que emplearse en la minería ilegal, arriesgando su vida como única
posibilidad de seguir subsistiendo.
Los supervivientes del
hambre se pasean por las calles del centro pidiendo ayuda, además, para comprar
las tablas necesarias para levantar una casa en un barrio carenciado. Lo más
lamentable es que se les acaban las energías para avanzar como quisieran,
porque apenas si comen una vez al día. Hace poco menos de una semana les
dijeron que a Quibdó iría el papa Francisco, algunos comienzan a hacer la lista
de peticiones para ver si se hace el milagro de que lleguen los alimentos y con
ello la calidad de vida.
http://www.eltiempo.com/multimedia/especiales/escasez-de-alimentos-y-desnutricion-en-colombia/16499662/1
http://www.eltiempo.com/multimedia/especiales/escasez-de-alimentos-y-desnutricion-en-colombia/16499662/1
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